Estoy tumbada en la cama cuando debería estar practicando con los pasteles.
Voy saltando de red social a red social.
Me aburre lo que veo.
Entro en Twitter.
Leo unos comentarios de una chica racializada en los que cuenta que su prima de 7 años le ha dicho que quiere ser blanca porque se meten con su color de piel y sus rasgos en la escuela.
Hago capturas de pantalla y las publico en otras redes sociales, y difundo porque siento la necesidad de que la gente que me sigue sea consciente de esto. Aunque no puedan hacer nada. Aunque ellos crean que no pueden hacer nada.
A veces tengo la sensación de que saturo a mis seguidores en redes sociales, o a mis familiares a los que les mando estas cosas. Pienso que a nadie le importan estos temas como me importan a mí.
La gente entra en redes sociales porque quiere despejarse, ver fotos bonitas, vidas perfectas, ropa genial.
Eso está bien. Quiero decir, todo el mundo merece olvidarse de sus preocupaciones por unos minutos (o unas horas), y hay quienes deciden gastar este tiempo en leer un tweet, leer un libro o leer las etiquetas de los champús. Cualquier cosa está bien.
Entonces pienso esto y me come la culpa de estar arruinando momentos de tranquilidad poniendo mensajes que puede que corten totalmente el rollo a estas personas.
Así que, para calmar mi culpa, pongo un mensaje recordando que esta es mi cuenta y que voy a subir a ella lo que considere oportuno, y que pueden dejar de seguirme si no les interesa.
Pero entonces caigo en otra cosa: yo podría haber ignorado a esa chica en Twitter y haber seguido con mi vida. Nada habría cambiado. El racismo no me afecta en absoluto, puesto que soy blanca.
Cuando subo algo en contra del racismo o visibilizándolo, apoyando el feminismo y al colectivo LGBT, concienciando sobre las enfermedades mentales o sobre las desigualdades hacia personas con discapacidades... no pretendo echarme flores. No quiero que la gente crea que me siento superior por interesarme en estos temas. Me interesan, sin más.
Pero podría vivir ignorando la mayoría de estas cosas
Cuando una persona tiene la posibilidad de ignorar un problema social es porque tiene la suerte de no sufrirlo, de tener privilegios. Y en este caso, no tenemos más remedio que escuchar, leer, entender, reflexionar y difundir.
Puedo respetar su espacio, donde ellas tienen voz, y mostrarles mi apoyo. Puedo explicar cosas básicas de su lucha aunque no sea la mía, pero siempre sin quitarles a ellas su voz, siempre acudiendo a ellas para dudas, siempre informándome más y más, porque siempre hay cosas que aprender, errores que rectificar, conceptos que pulir.
A muchos les parecerá poca cosa, pero desde luego haces menos si, tumbada en la cama en lugar de hacer lo que deberías hacer, pasas de esos tuits, pasas del tema en cuestión y pasas tu vida viendo fotos de un mundo perfecto.
Hay mucho que cambiar.
Conchi Tabares Fernández, colaboradora del grupo Aequitas 25
29 de octubre de 2017
26 de octubre de 2017
Misses: que no pare el espectáculo
En la cultura del usar y tirar, convertir a la mujer en una cosa que tiene un "valor" es muy peligroso. Porque en este tipo de eventos cutres y propiciadores del babeo, no se establecen méritos en función de la capacidad, trayectoria académica o profesional, talento o habilidad de las mujeres. Se trata de pasearse, mostrarse y sonreír. Bueno, se me olvidaba: últimamente se han introducido "pruebas" tipo preguntas (de un interés impresionante) que consiguen demostrarnos que esos objetos bellos que se pasean en bañador o en trajes de purpurina HABLAN. Las mujeres hablan. Vaya...
Machismo mata, señores y señores. Parece que se les olvida el número de mujeres víctima de violencia machista que acumulamos. Exagerada, pensará más de un lector o lectora. NO. Cualquier acto que perpetúe la imagen de la mujer como un objeto está en la base de una sociedad que potencia la discriminación y favorece el acoso. Machismo mata. No es una serie de ciencia ficción. Es una realidad. Nos paseamos por la calle, con cuidado eso sí, y tenemos que estar pendientes de cómo nos vestimos, cómo nos movemos, cómo nos relacionamos, con quién hablamos. No provoquemos... Pero eso es lo que hace una mujer en una pasarela de un concurso rancio como este: provocar, seducir para ganar un premio que les resolverá la vida. O no. Machismo mata. Y no me digan que también hay concurso de Míster, por favor. Y no me digan que las mujeres se presentan voluntariamente... Cansa repetir los mismos argumentos.
Esto no es una entrada contra la belleza. Es una crítica, espero que suene suficientemente feroz porque es lo que pretendo, de los concursos de misses. No te presentes si tienes más de una 36, si tienes pocas tetas o más celulitis de la que se pueda disimular con unas medias. No lo intentes si has elegido ir por la vida con un "look" diferente. No se te ocurra ni aparecer si tu dentadura no es perfecta, como si fueras un caballo. Gordas, absténganse. Huesudas, out. Discapacitadas... sin comentarios. Maduritas, a quién se le ocurre...Si no entras en el patrón, vete a dar una vuelta, chatina. Queremos objetos sexuales. Que hablen, pero poco.
Lo que duele es tenerlo tan cerca. No parece creíble que aquí, justo al ladito, se vaya a celebrar un concurso de misses el próximo domingo en el Teatro Municipal de Mairena del Aljarafe.
Ajá.
Qué asco.
24 de octubre de 2017
Un momento agridulce
Esta semana pasada, en mi rutina diaria de coger metro y autobús, me disponía a volver de la facultad después de una mañana intensa, tanto por el cansancio como por el excesivo temario dado ese día. Lo normal en esos días de saturación, mis días de agobio y desganas, es que me abstenga de hablar, comentar o incluso observar lo que hacen las personas que tengo a alrededor analizándolas. Apoyo mi codo en el pequeño resalto que me deja el cristal del autobús y echo mi cabeza sobre el cristal. Miro los coches pasar. Sé que cuando me he montado en el autobús, como de costumbre, me he decidido por ocupar el final para no estorbar a todo aquel que tenga que entrar. Cuando llego me siento en uno de los dos asientos que hay enfrentados a otros dos, de espaldas a la marcha del autobús. Frente a mí dos señoras mayores que aparentemente, y por lo que observé, no se conocían de nada pero iban animosamente charlando sobre el calor que hacía.
El autobús para, dejando pasajeros en la marquesina y recogiendo a otros tantos para continuar su viaje por la Ronda de Capuchinos. Escucho voces que vienen de mi espalda y que identifico de tal manera que sé automáticamente a qué grupo de personas correspondían. Se sitúan a la altura del lugar donde me encuentro sentado y una de las personas mayores se levanta de su asiento ofreciéndole el sitio. Giro la cabeza y era un grupo, como ya bien había reconocido, de personas con discapacidad mental. Eran tres. Pero no iban solas, iban con jóvenes de unos veintitantos que los acompañaban a trabajar a un bar. Todo esto lo sé por la conversación, con un tono elevado, que venían teniendo conforme se acercaban.
Aparentemente la situación era normal, en un día normal, con gente educada que ofrece el sitio al mismo tiempo que otros muchos hacemos lo mismo. Una de las personas discapacitadas, chica, estaba subiendo el escalón que le impedía llegar a su asiento y sentarse, cuando repentinamente la otra señora mayor que justamente yo tenía enfrente ocupa su asiento dejando libre el que yo tenía frente a mí. La mujer, que había observado la situación tan bien como yo, con toda su frescura y cara dura, ocupó el asiento que iba a ocupar la chica dejando a esta sin lugar para sentarse. La chica educadamente le dijo que ella iba a sentarse ahí que estaba subiendo el escalón porque la otra señora le había dejado el asiento, a lo que la señora que estaba estorbando en el momento contestó: “ay lo siento mucho pero es que me bajo dentro de cuatro paradas”. CUATRO paradas. La pobre chica que se había quedado sin su asiento intentó llegar al que estaba frente a mí, pero su discapacidad no le permitía poder subir bien el escalón y hacerlo sin pisar a nadie ni estorbar para poder sentarse. Le faltó poco para caerse a mis pies. Finalmente, con la ayuda del hombre que iba a mi lado, la mía y el esfuerzo de ella agarrada a un asa, la levantamos y la sentamos en el asiento que quedaba vacío junto a la ventana.
Me paré y pensé. Todo había pasado en cuestión de segundos. Yo venía pensando en mis cosas, mirando los coches pasar, cuando de un momento a otro reaccioné para que esa mujer no cayera al suelo. La señora que había ocasionado esto seguía sentada, ahí en el otro asiento, seria, con la mirada firme, sin intención de disculparse. El hombre que estaba a mi lado, y yo nos miramos; la señora que se había levantado para ceder el sitio, nos miró; incluso los jóvenes que venía acompañándola cruzaron miradas. Nadie se atrevió a decirle nada a esa mujer. Todo lo que pudimos hacer fue ayudar a esa chica que seguía su trayecto con la misma energía, felicidad y entusiasmo por lo que le iba a acontecer en breve en el bar al que iba a trabajar. Y creo que fue por eso por lo que todos fuimos cobardes. Porque vimos la felicidad de esa persona por conseguir su ansiado sitio e ir contenta hablándonos a los que la rodeábamos, contándonos que se iba a trabajar en aquel momento con sus amigos. No queríamos romper ese halo de alegría para llamarle la atención a esa señora que, bajo mi punto de vista, no tuvo ni siquiera un ápice de dignidad para reconocer y pedir disculpas ante la situación tan tensa que creó en menos de un minuto.
¿Qué malo puede llegar a ser el ser humano, no? Qué poca conciencia social tenemos. Qué difícil es a veces ser bueno. O eso parece. Pero yo no lo creo. Me quedo con que alguna persona buena de este mundo le estaba dando trabajo a gente con discapacidad mental para normalizar su situación y contribuir a la eliminación de ese rechazo social que sufren personas como las que me topé la semana pasada. Gracias a todas esas personas que ponen su granito de arena por incluir a todas y cada unas de las personas con algún tipo de discapacidad en la sociedad. Gracias.
Óscar García Portero, colaborador del grupo Aequitas25
El autobús para, dejando pasajeros en la marquesina y recogiendo a otros tantos para continuar su viaje por la Ronda de Capuchinos. Escucho voces que vienen de mi espalda y que identifico de tal manera que sé automáticamente a qué grupo de personas correspondían. Se sitúan a la altura del lugar donde me encuentro sentado y una de las personas mayores se levanta de su asiento ofreciéndole el sitio. Giro la cabeza y era un grupo, como ya bien había reconocido, de personas con discapacidad mental. Eran tres. Pero no iban solas, iban con jóvenes de unos veintitantos que los acompañaban a trabajar a un bar. Todo esto lo sé por la conversación, con un tono elevado, que venían teniendo conforme se acercaban.
Aparentemente la situación era normal, en un día normal, con gente educada que ofrece el sitio al mismo tiempo que otros muchos hacemos lo mismo. Una de las personas discapacitadas, chica, estaba subiendo el escalón que le impedía llegar a su asiento y sentarse, cuando repentinamente la otra señora mayor que justamente yo tenía enfrente ocupa su asiento dejando libre el que yo tenía frente a mí. La mujer, que había observado la situación tan bien como yo, con toda su frescura y cara dura, ocupó el asiento que iba a ocupar la chica dejando a esta sin lugar para sentarse. La chica educadamente le dijo que ella iba a sentarse ahí que estaba subiendo el escalón porque la otra señora le había dejado el asiento, a lo que la señora que estaba estorbando en el momento contestó: “ay lo siento mucho pero es que me bajo dentro de cuatro paradas”. CUATRO paradas. La pobre chica que se había quedado sin su asiento intentó llegar al que estaba frente a mí, pero su discapacidad no le permitía poder subir bien el escalón y hacerlo sin pisar a nadie ni estorbar para poder sentarse. Le faltó poco para caerse a mis pies. Finalmente, con la ayuda del hombre que iba a mi lado, la mía y el esfuerzo de ella agarrada a un asa, la levantamos y la sentamos en el asiento que quedaba vacío junto a la ventana.
Me paré y pensé. Todo había pasado en cuestión de segundos. Yo venía pensando en mis cosas, mirando los coches pasar, cuando de un momento a otro reaccioné para que esa mujer no cayera al suelo. La señora que había ocasionado esto seguía sentada, ahí en el otro asiento, seria, con la mirada firme, sin intención de disculparse. El hombre que estaba a mi lado, y yo nos miramos; la señora que se había levantado para ceder el sitio, nos miró; incluso los jóvenes que venía acompañándola cruzaron miradas. Nadie se atrevió a decirle nada a esa mujer. Todo lo que pudimos hacer fue ayudar a esa chica que seguía su trayecto con la misma energía, felicidad y entusiasmo por lo que le iba a acontecer en breve en el bar al que iba a trabajar. Y creo que fue por eso por lo que todos fuimos cobardes. Porque vimos la felicidad de esa persona por conseguir su ansiado sitio e ir contenta hablándonos a los que la rodeábamos, contándonos que se iba a trabajar en aquel momento con sus amigos. No queríamos romper ese halo de alegría para llamarle la atención a esa señora que, bajo mi punto de vista, no tuvo ni siquiera un ápice de dignidad para reconocer y pedir disculpas ante la situación tan tensa que creó en menos de un minuto.
¿Qué malo puede llegar a ser el ser humano, no? Qué poca conciencia social tenemos. Qué difícil es a veces ser bueno. O eso parece. Pero yo no lo creo. Me quedo con que alguna persona buena de este mundo le estaba dando trabajo a gente con discapacidad mental para normalizar su situación y contribuir a la eliminación de ese rechazo social que sufren personas como las que me topé la semana pasada. Gracias a todas esas personas que ponen su granito de arena por incluir a todas y cada unas de las personas con algún tipo de discapacidad en la sociedad. Gracias.
Óscar García Portero, colaborador del grupo Aequitas25
22 de octubre de 2017
“Sr. Director del Banco Popular”
Estimado señor.
Para cuando escribo esto, usted ya no es director de este banco y su banco ni siquiera existe como entidad independiente, al haber sido comprado por el Banco Santander por un euro. He leído que esta operación fue consecuencia de una orden directa del Banco Central Europeo como consecuencia de la difícil situación financiera de su entidad y que los accionistas perdieron casi todo su capital invertido. Imagino que habrá pasado usted unas semanas muy complicadas sin dejar de recibir críticas. Probablemente, la responsabilidad de esta situación no se deba a usted solo, sino a muchos y durante mucho tiempo y en este sentido, es normal que no se sienta justamente tratado.
Para cuando escribo esto, usted ya no es director de este banco y su banco ni siquiera existe como entidad independiente, al haber sido comprado por el Banco Santander por un euro. He leído que esta operación fue consecuencia de una orden directa del Banco Central Europeo como consecuencia de la difícil situación financiera de su entidad y que los accionistas perdieron casi todo su capital invertido. Imagino que habrá pasado usted unas semanas muy complicadas sin dejar de recibir críticas. Probablemente, la responsabilidad de esta situación no se deba a usted solo, sino a muchos y durante mucho tiempo y en este sentido, es normal que no se sienta justamente tratado.
Permítame decirle de antemano que
no voy a criticarle por la situación financiera del banco, que no soy
accionista ni tengo ningún interés en su entidad. Tampoco le haré una crítica
política ni pertenezco a ningún partido que pudiera interpelarle. También le
digo que es sabido que el Popular fue un banco ligado durante mucho tiempo al
Opus Dei. En absoluto esta carta tiene intención de censurar estos orígenes
aunque, ahora que lo pienso, puede que algo tenga que ver con lo que le voy a
decir. Pero como dicen los ingleses “anyway”, no es este el tema.
De lo que yo quiero hablarle es de
una campaña publicitaria. ¿Recuerda usted los folletos de “Tenemos un Plan”? Sí, dos inocentes folletos donde se ofertaba a los clientes unos productos
financieros, el Plan Cero (cero comisiones), el Plan Descuentos y el Plan Para
Mi. Los folletos eran distintos. El primero iba dirigido a los clientes
particulares, a las familias. Los planes entonces se adaptaban a estos clientes
y salían iconos que así lo reflejaban. El segundo estaba pensado para las
empresas, especialmente las pequeñas y medianas y de hecho su Plan era Para Mi
Negocio. Pero mire qué curioso: el folleto para las familias tenía en la
portada una mujer en una cocina de una vivienda familiar y el segundo, un
cocinero en la cocina de un restaurante. Mire usted, yo pienso que la elección
no es producto de la casualidad y que la agencia de publicidad no se jugó a
cara y cruz en qué folleto iba a representar a cada género. Es más, pienso que
fue algo sesudamente debatido. Detrás de esta elección hay una determinada
visión del papel que tiene la mujer y el hombre en la sociedad. La actitud de
los modelos me lo confirma aún más: ella relajada y modosa; él con los brazos
cruzados, seguro y fuerte. Pienso incluso que la profesión tampoco fue escogida
al azar: para ustedes la cocina familiar es el terreno de las mujeres y la
profesional, el de los grandes cocineros varones.
Déjeme que les diga lo
equivocados que están. Les diré por experiencia personal que hay muchos hombres
que cocinan y compran en su casa, como parte de un reparto más justo de tareas
en el ámbito familiar y que hay enormes cocineras profesionales ocupándose de
los restaurantes en sitios con estrella Michelin y en buenas casas de comidas
de medio mundo. Probablemente, serán más porque a las mujeres nos toca todavía
hacer un poco o un mucho más que ellos. Lo grave de su error es que influye,
tiene consecuencia, es una china para que la rueda de la historia gire un poco
más lenta a favor de las mujeres. Pero “anyway” otra vez, esto no es lo que más
me molesta de sus cocinas: lo peor es que huelen a rancio.
Claudia Aguilar Valero, colaboradora del grupo Aequitas25
21 de octubre de 2017
20 de octubre de 2017
V Concurso de Microrrelatos contra la VG
Aequitas 25 y la bibioteca del Juan de Mairena convocan la quinta edición del concurso de microrrelatos contra la violencia de género. Podéis leer las creaciones del curso pasado pinchando aquí. Os animamos a participar y a dar, de esta manera, un paso más en la concienciación de esta lacra que sigue azotando a nuestra sociedad. Y esperamos que lo hagáis con el entusiamo y la satisfacción que siempre produce la creación literaria.
Estas son las bases del concurso:
Estas son las bases del concurso:
V Concurso de Microrrelatos Aequitas25 by Aequitas25 on Scribd
19 de octubre de 2017
Día Mundial contra el cáncer de mama
Las chicas y los chicos de Arte, de rosa contra el cáncer de mama |
Hoy es el Día contra el cáncer de mama. Hay muchas cosas contra las que no se puede hacer nada.
Solo queda aceptarlas y poco más. Pero hay otras, la mayoría, contra las que se
puede actuar. En España se diagnostican anualmente unos 26000 casos y es el
tumor maligno más frecuente entre las mujeres de todo el mundo (salvo ciertos
tumores de piel). Sin embargo, los tratamientos son cada vez más efectivos, el
índice de supervivencia es más alto y la calidad de vida de quienes lo sufren
ha mejorado. Qué podemos hacer. Mucho. Colaborar en campañas cuyo fin es la
recaudación para investigar contra esta enfermedad. Empatizar y no esperar a
que seamos nosotras o nuestras mujeres cercanas quienes lo padezcan para sentir
lo duro que puede ser sobrellevar una enfermedad así. Ir a una consulta
ginecologica porque la detección precoz es fundamental. Y decir a nuestras
alumnas, amigas, hijas, hermanas… que lo hagan. Ayudar a las mujeres que tienen
cancer a sentirse mejor. Concienciarnos para acabar con los tabúes que asocian
esta enfermedad a rasgos considerados propios de la identidad de la mujer (su
pecho, su pelo…). Porque durante muchos años, esta enfermedad se ha llevado en
silencio como si fuera una mas de las muchas culpas que las mujeres soportamos.
Hace tiempo, la mayoría de las pacientes se escondía, silenciaba el motivo de sus
ausencias, intentaba disimular los síntomas de alguna manera. Hoy no. Cada vez
son mas las mujeres que lo dicen, lo comparten, ayudan a otras mujeres en la
misma situación y se unen para soportar lo que no debe ser nada fácil.
Así que una vez más, desde este blog os hago una llamada a la
comprensión y a la colaboración. Se puede superar el cáncer de mama. Se puede
detectar a tiempo y facilitar su curación. Se puede salir incluso reforzada de
una vivencia tan dura. Tendamos hoy una mano a las mujeres que lo están pasando
mal y tienen todo el derecho del mundo a sentirse así. Digámoles que no están
solas.
Y vosotras, mujeres y niñas, id a una consulta ginecológica
periódicamente, por favor.
16 de octubre de 2017
"Me aburro leyendo a mujeres..."
Hay muchos hombres buenos que no leen a mujeres. Sin maldad. Ni ven películas dirigidas por ellas. Sin la más mínima maldad. Son excelentes hombres buenos. Y llevan ya tantos años acostumbrados a palabras masculinas, horizontes masculinos, universos masculinos que no nos/las entienden. Años y siglos de mirar las mismas cosas por los mismos resquicios provocan miles, millones de buenos, excelentes hombres buenos. Sin maldad.
Gema Conde, poeta, me escucha. Escribe esto y me lo regala. Por supuesto, con maldad. Y yo, con cierto pudor y con infinita bondad - ¡quién lo duda!- lo comparto con ustedes como un regalo especial en este "Día de las Escritoras".
15 de octubre de 2017
10 de octubre de 2017
11 de octubre: Día Internacional de la Niña
El 19 de Diciembre de 2011 se aprobó la Resolución 66/170 de la Asamblea General de las Naciones Unidas, en la cual se proclamaba el 11 de Octubre como el Día Internacional de la Niña para reconocer los derechos de millones de niñas en el mundo. En ella se denuncia la idea de que por el simple hecho de haber nacido como mujeres, estas no tienen los mismos privilegios que los varones.
Actualmente, vivimos en una sociedad en la cual todos no tenemos las mismas ventajas desde que nacemos por diversas razones como nuestra nacionalidad, país de origen, etnia, escala social de nuestra familia etc. Y entre esta larga lista de motivos se incluye uno de los más impactantes y crueles: haber nacido con el sexo femenino. Por ello, a las niñas no se les ha dado la posibilidad de poder hacer las mismas cosas que a los niños, que han tenido el "privilegio" de poder recibir una educación. En naciones africanas y asiáticas, a las niñas no se les tiene permitido ser escolarizadas y ni siquiera se les da la posibilidad de que aprendan a leer o escribir, con el objeto de que continúen llevando una vida como las que sus madres y abuelas han vivido, ya sea por motivos ideológicos o religiosos. En muchos países de Asia, África o América, las menores de 15 años son obligadas a contraer el matrimonio con hombres con una gran diferencia de edad, siendo obligadas a dejar de ser niñas y a vivir una vida de abusos y maltratos por parte de su cónyuge. Según estudios de Save the Children, se calcula que para finales de esta década, 142 millones de niñas en el mundo serán forzadas a casarse. Además de lo anteriormente mencionado, también son empujadas para ser tratadas como esclavas sexuales; así 1,6 millones de niñas de entre 15 y 19 años son violadas y tienen que sufrir un un embarazo prematuro. Como dato impresionante, la maternidad infantil es la segunda causa principal de la muerte de adolescentes en países tercermundistas debido a problemas durante el parto y cada año 2,6 millones de niñas dan a luz a una temprana edad. Vivimos en un mundo donde las mujeres son maltratadas desde su nacimiento; son maltratadas por ser lo que son, mujeres. Luchemos para conseguir erradicar esa lacra social y alcanzar la igualdad real en todos los países del mundo, empezando porque cada niña viva su vida como lo que es, una niña.
Luis Gutiérrez-Ravé Estrada, colaborador del grupo Aequitas25
9 de octubre de 2017
El Despatarre
Está ahí, puedes verlo y no darte
cuenta; incluso peor, ser consciente y no hacer nada al respecto. Un tema del
que pocos hablan y la mayoría prefiere la incomodidad a intentar ponerle fin.
Todo se resume a una simple pregunta. ¿Nunca
has tenido la sensación de ir apretujad@, en un transporte público, porque la
persona de al lado tenía las piernas demasiado abiertas?
Me imagino a las chicas, después
de haber leído esta pregunta: “Si, muchísimas veces” o “A mí nunca pero sí que
lo he visto”. Por otra parte me imagino a los chicos, “Nunca me pasó” o “Si me
paso, tampoco me molestó”. Bien, en lo primero que deberíamos pararnos a pensar
es, ¿Por qué?, ¿Por qué lo evitamos, lo ignoramos, y lo permitimos? Hablamos de
educación, dejar de pensar un momento en nosotros mismos y mirar a nuestro
alrededor.
De pequeña, siempre me enseñaron
que “hay que ser una señorita”, siempre ser la más correcta y formal; sin
embargo, nunca escuché a alguien decirle a un chico “tienes que ser un
señorito”. Hablando con mi madre sobre este asunto, le hice la misma pregunta
que os hice anteriormente, y su respuesta fue: “Bueno, es normal que se
sienten así, porque si cruzan las piernas pueden hacerse daño en sus partes”. Con esto me gustaría destacar lo importante que es la educación igualitaria. El calor y la incomodidad de llevar las
piernas cruzadas es igual para todos; no obstante a las chicas nos enseñan que
eso es lo correcto, por educación, dejando que ellos puedan hacer lo que les
plazca.
A esta forma de ir sentado se la
conoce como Manspreading en inglés (el despatarre para nosotros).
Este hecho tan normalizado, no es más que otro reflejo machista de
la sociedad en la que vivimos pues, sin darnos cuenta, o en el peor de los
casos, dándonos cuenta, nos da igual permitirlo.
Después de ser totalmente
consciente de todo esto, no permitiré (por lo menos yo), que alguien se
adueñe de mi espacio vital y, a vosotros, chicos, simplemente por respeto, os digo que estaría bien que empezarais a pensar en la persona que tenéis al lado.
Paula Pérez Riquelme, colaboradora del grupo Aequitas25
Paula Pérez Riquelme, colaboradora del grupo Aequitas25
7 de octubre de 2017
Tenemos que hablar
Tenemos que
hablar.
No, no es una
ruptura. O puede que sí. Quizás no. Al menos, no del tipo que se suele
relacionar con la famosa frase. Y sí, me refiero a la cuestión catalana, tema
estrella de conversación y en los medios de comunicación desde hace, en mi opinión,
demasiado tiempo.
No es un tema particularmente
divertido, pero hay momentos en los que hace falta reír para no llorar. Porque el
hecho de que unos políticos, oficio caracterizado por la palabra ya en tiempos
de Sócrates, se escondan detrás del pueblo y las fuerzas de seguridad es una vergüenza
y es inadmisible.
Si algo
intentan enseñar en las escuelas (en las de ahora, pues las de antes deferían
un poco al respecto) es que liarse a puñetazo limpio no conduce a nada. La
violencia solo genera violencia, en un bucle, interminable. Sin embargo, entre
todos los animales, el ser humano es el único que ha desarrollado un lenguaje
lo suficientemente complejo como para solucionar los conflictos sin llegar a
las manos.
Aprovechémoslo.
Hablemos (o
Parlem, en catalán). Eso mismo defendía una manifestación convocada ayer, 7 de
octubre delante de los ayuntamientos de toda España. Todas vestidas de blanco,
sin banderas, armadas solo con manos pintadas de blanco y carteles de “hablemos,
parlem”, desde docenas hasta miles de personas, dependiendo del municipio, y de
gran diversidad de ideologías abogaban por el diálogo, al grito de “¡menos
banderas y más hablar!”.
No
representaban a nadie, ni nadie las representaba. Partidos políticos y
sindicatos estaban intencionadamente excluidos de esta reunión. Gente corriente
convocada por gente corriente a través de redes sociales. Ni colores, ni
banderas. Estaba claro. Sin embargo, al menos en Sevilla, acabaron mostrándose
las banderas. No se sabe muy bien quién los convocó, aunque, tanto los de una
posición como otra, aparecieron en el Ayuntamiento.
Personalmente,
como persona de blanco, me dejó muy mal sabor de boca. Muchos de sus cánticos
se asemejaban a los nuestros, no defendíamos actuaciones tan diferentes. Pese a
que fue un “enfrentamiento” pacífico, no era lo que habíamos venido a hacer. Intentamos
hablar con ellos para que dejaran las banderas, al menos por un día, y se
unieran a nosotros, pero los resultados fueron bastante lamentables. Lo que más
me preocupa es que si un lado neutral, si bien no profesional, falló al
intentar convencer a un pequeño grupo de personas de tan solo bajar las
banderas, se presentan “muy negras” las negociaciones entre políticos.
Aun así, no
nos podemos permitir el lujo de encontrar otra solución, pues, aunque a primera
vista pueda parecer excesivo, esto podría conducirnos a otra guerra civil. Es
seguramente una exageración y sinceramente, por el bien de todos, espero que lo
sea. No somos iguales, nunca lo hemos sido, ni espero que jamás lo seamos.
Ahora más que nunca debemos dialogar, abrir la mente a otros pensamientos e
ideologías y permanecer optimistas frente a una adversidad que habíamos
subestimado.
Judit Fernández Roca, colaboradora del grupo Aequitas 25
Judit Fernández Roca, colaboradora del grupo Aequitas 25
5 de octubre de 2017
Mujeres junto a mujeres
"La unión hace la fuerza."
Cuando camino sola por Sevilla dándole vueltas al último libro que me he leído, a un comentario de un profesor, a la riña que me va a dar mi madre porque se me ha olvidado hacer la cama... a menudo me cruzo con personas que, como yo, acuden a la ciudad por un poco de aire fresco (vaya ironía), o a hacer unas compras, o lo que sea. A menudo, esas personas son mujeres.
Desde hace un tiempo, y, si soy sincera, no sé por qué, cuando veo a una mujer se me pasa por la mente una frase: "cuando luchas, también lo haces por ella". Este hecho me frustra, porque me gusta entender las causas de mis acciones, pero a la vez hace que aparezca en mí una sensación extraña, como una gran responsabilidad; no de las que te ahogan, sino de las que te hacen sentirte importante.
A lo largo de nuestra vida, a las mujeres se nos enseña que la mayoría de las demás mujeres son enemigas. Desde que somos pequeñas y a medida que vamos creciendo, nos enseñan a tener envidia porque otras reciben más atención, rechazo hacia las que se comportan de forma diferente a nosotras. Hay algunas que generan una gran desaprobación hacia las mujeres que cumplen el rol de género de mujer impuesto por la sociedad (se maquilla, le gusta el rosa, es cursi a más no poder); pero también existe lo contrario: mujeres que repudian a chicas que visten "como machos" o "no se cuidan porque no van maquilladas".
La Historia nos ha enseñado que si la unión hace la fuerza, divide y vencerás.
Nuestra sociedad patriarcal ha jugado bien sus cartas para conseguir que las mujeres no nos hayamos podido mover antes: ha dividido a las mujeres. Nos han dividido.
Tú, mujer que lees esto, has criticado e incluso insultado alguna vez en nuestra vida a otra mujer por su físico, sus gustos, decisiones, forma de expresarse, al igual que yo. Hemos juzgado sin pensar en si lo hacíamos por nosotras mismas y desde nuestra visión del mundo, o influenciadas por la sociedad.
La sororidad consiste en un sentimiento de unión y alianza entre mujeres. En una situación de machismo, tenemos la responsabilidad de ayudar a nuestras compañeras, sea escuchándolas, defendiéndolas o dándoles voz. La sororidad hace que cuando te proclames feminista, seas consciente de que vas a luchar por los derechos de tu madre, tu tía, tu mejor amiga, tu maestra de Lengua. Pero también por los de esa mujer que tiene un cargo político importante (aunque no opinéis igual);`por esa autora que tuvo que usar un seudónimo con nombre de hombre para poder publicar su libro (para que no ocurra de nuevo); esa chica que no conoces y que acaba de decirle a sus padres que es una chica y no un chico, que la traten en femenino (porque tiene el derecho de ser ella misma); esa niña que corre tirando del brazo a su hermano para que se asome junto a ella a un escaparate a ver un juguete (porque ella debería crecer sin comentarios sobre con qué o con quién jugar).
Y también luchas por ti, por supuesto.
Con esto no quiero decir que a partir de ahora tengamos que estar de acuerdo con absolutamente todo lo que diga la chica que tienes al lado, pero sí hay que saber que existe una base que trata sobre el respeto de las diferencias de opinión pero siempre partiendo de la idea de que todas las mujeres somos válidas.
Conchi Tabares Fernández, colaboradora del grupo Aequitas25
Cuando camino sola por Sevilla dándole vueltas al último libro que me he leído, a un comentario de un profesor, a la riña que me va a dar mi madre porque se me ha olvidado hacer la cama... a menudo me cruzo con personas que, como yo, acuden a la ciudad por un poco de aire fresco (vaya ironía), o a hacer unas compras, o lo que sea. A menudo, esas personas son mujeres.
Desde hace un tiempo, y, si soy sincera, no sé por qué, cuando veo a una mujer se me pasa por la mente una frase: "cuando luchas, también lo haces por ella". Este hecho me frustra, porque me gusta entender las causas de mis acciones, pero a la vez hace que aparezca en mí una sensación extraña, como una gran responsabilidad; no de las que te ahogan, sino de las que te hacen sentirte importante.
A lo largo de nuestra vida, a las mujeres se nos enseña que la mayoría de las demás mujeres son enemigas. Desde que somos pequeñas y a medida que vamos creciendo, nos enseñan a tener envidia porque otras reciben más atención, rechazo hacia las que se comportan de forma diferente a nosotras. Hay algunas que generan una gran desaprobación hacia las mujeres que cumplen el rol de género de mujer impuesto por la sociedad (se maquilla, le gusta el rosa, es cursi a más no poder); pero también existe lo contrario: mujeres que repudian a chicas que visten "como machos" o "no se cuidan porque no van maquilladas".
La Historia nos ha enseñado que si la unión hace la fuerza, divide y vencerás.
Nuestra sociedad patriarcal ha jugado bien sus cartas para conseguir que las mujeres no nos hayamos podido mover antes: ha dividido a las mujeres. Nos han dividido.
Tú, mujer que lees esto, has criticado e incluso insultado alguna vez en nuestra vida a otra mujer por su físico, sus gustos, decisiones, forma de expresarse, al igual que yo. Hemos juzgado sin pensar en si lo hacíamos por nosotras mismas y desde nuestra visión del mundo, o influenciadas por la sociedad.
La sororidad consiste en un sentimiento de unión y alianza entre mujeres. En una situación de machismo, tenemos la responsabilidad de ayudar a nuestras compañeras, sea escuchándolas, defendiéndolas o dándoles voz. La sororidad hace que cuando te proclames feminista, seas consciente de que vas a luchar por los derechos de tu madre, tu tía, tu mejor amiga, tu maestra de Lengua. Pero también por los de esa mujer que tiene un cargo político importante (aunque no opinéis igual);`por esa autora que tuvo que usar un seudónimo con nombre de hombre para poder publicar su libro (para que no ocurra de nuevo); esa chica que no conoces y que acaba de decirle a sus padres que es una chica y no un chico, que la traten en femenino (porque tiene el derecho de ser ella misma); esa niña que corre tirando del brazo a su hermano para que se asome junto a ella a un escaparate a ver un juguete (porque ella debería crecer sin comentarios sobre con qué o con quién jugar).
Y también luchas por ti, por supuesto.
Con esto no quiero decir que a partir de ahora tengamos que estar de acuerdo con absolutamente todo lo que diga la chica que tienes al lado, pero sí hay que saber que existe una base que trata sobre el respeto de las diferencias de opinión pero siempre partiendo de la idea de que todas las mujeres somos válidas.
Conchi Tabares Fernández, colaboradora del grupo Aequitas25