El aire que no valoramos, ese "aire que exigimos trece veces por minuto", el aire que es gratis, el aire necesario y supuestamente al alcance de todos no es, sin embargo, un derecho de todos los seres humanos. Porque por falta de aire acaban de morir 30 personas hacinadas en una barcaza cuando intentaban alcanzar las costas de una Europa marchita que insiste en mirar hacia otro lado.
El agua del mar que representa para nosotros placer y libertad, la playita en la que disfrutamos del sol y el aire salado, el mar en el que navegan hermosos veleros azules y blancos es una barrera y una tumba para miles de seres humanos.
Los medios no paran de hablar de inmigrantes ahogados, asfixiados, rescatados, enterrados, repatriados. Los inmigrantes son personas como nosotros que han tenido la desgracia de nacer "al otro lado". Los inmigrantes son seres humanos como nuestros hijos, nuestros amigos, nuestros hermanos que vienen de una tierra donde la muerte es parte de lo cotidiano.
Ya está bien de hablar de inmigrantes. Basta ya de tanto cinismo y tanta hipocresía. Hastiada de no saber cuál es la solución cuando la UE encuentra salidas para otros problemas que no tienen la más mínima importancia en comparación con este infierno real. Asqueada de la prepotencia del Norte sobre el Sur, de los países desarrollados sobre los subdesarrollados, de los ricos sobre los pobres. Y, por supuesto, avergonzada de ser una privilegiada que poco hace aparte de sentir compasión y dar gritos al aire.
Inmigrantes asfixiados no: hombres y mujeres muertos por no tener aire que respirar.