5 de julio de 2015

Callar. No.

Raramente a lo largo de la historia se han conseguido derechos sin luchar. El Poder, con mayúscula, sin siglas, dominante por definición, no ha regalado nunca nada. Han hecho falta manifestaciones, huelgas, represiones, golpes, toneladas de injusticias para avanzar lentamente. Mirad hacia atrás. Los derechos de los obreros, de los marginados, de los que no son la mayoría, de las mujeres... ¿cómo se han alcanzado? Obreros, os vamos a dejar descansar los domingos. Señores de color, os podéis subir al mismo bus que nosotros los blancos. Mujeres, venga, podéis votar pero poco... 
Un gobierno concede derechos, a veces, respaldado por una amplia mayoría que lo ha votado. Pero lo normal es que los avances en igualdad se hayan conseguido luchando, gritando, con manifestaciones y marchas; desgraciadamente con dolor.
No vamos a callarnos. No vamos a dejar que nos pongan una mano sucia en la boca porque nadie va a regalar a las mujeres los muchos derechos que nos faltan por conquistar. Porque es nuestra obligación con nuestros alumnos y alumnas, nuestros hijos e hijas, nuestros compañeros y compañeras. Porque jamás nos lo perdonaríamos.
El silencio, para la reflexión. Para la sumisión, jamás.

3 comentarios:

  1. Siempre fui muy tímida. Callada. Me costaba conocer a gente nueva, casi tanto como aún me cuesta hoy. Aunque una vez que los conocía y los conozco, no me callo. Pero no me quejaba. Me costaba hacer amigos y los que tenía, no quería perderlos. Cuando hacían algo que no me gustaba, yo callaba. Rara vez se lo reprochaba.

    Menos respondía a las personas mayores. Las tenía en un pedestal, especialmente a mis padres y profesores. Aceptaba las malas noticias casi con la misma actitud que las buenas. Pero con una cara de resignación en vez de una sonrisa. Sí ellos creían que era mejor así, tendrían razón. No me fue mal, la verdad.

    Pero llegó la adolescencia y el instituto. La mayor parte de los adultos cayeron del pedestal o quedaron colgando. Algo me hicieron las malditas hormonas que desde entonces no he podido parar de quejarme. Cualquier cosa que me parece mal, lo digo. Si hay algo de lo que estoy más o menos segura que realmente soy es sincera. Introvertida, pero sincera. No me gusta mentir ni que me mientan.

    Yo era la niña de los “por qué” y los “pero eso no es justo”. Más de una vez mis padres me compararon con el para ellos famoso personaje animado Calimero, cuya frase favorita era, al parecer, “esto es una injusticia”, si no recuerdo mal.

    El mundo no es justo. Es una gran injusticia. Pero el problema es que la mayoría de las injusticias las creamos los seres humanos. Lo bueno de haberlas creado nosotros es que también podemos romperlas y destrozarlas hasta hacerlas desaparecer, si no en su totalidad, al menos de cualquier lugar fuera de los libros de Historia. Y lo malo es que se tarda más en deshacerlas que en hacerlas y cuanto más viejas, más difíciles de despegar.

    Machismo, racismo, homofobia, separación por clases sociales, xenofobia… son temas que rondan la actualidad. Injusticias del día a día. Llevan siglos asociadas a la condición humana. Pero no queremos que siga siendo así. No quiero morirme dejando todo como lo encontré, porque el mundo no es la casa de un familiar o amigo: es MI casa, aunque la comparta.

    Quizás por eso me uní a Aequitas25. Porque yo hablo bajito y me corto al hablar simplemente delante de mi clase. No tengo ese problema al escribir y dejo que mis palabras sobre el papel hagan de megáfono. Y si la única entrada que he escrito ha sido en inglés, puede que sea porque quiero que llegue más lejos, que traspase las fronteras, que haga reflexionar a gente que haya crecido de una manera muy diferente a la mía y con otra lengua. Para que encontremos puntos en común y luchemos juntos. Nos quejemos juntos.

    Porque si hay algo a lo que no pienso renunciar es a mi libertad de expresión. En este país, el gobierno no nos la ha arrebatado del todo. Y quejarse y gritar aún es gratis, al menos hasta los dieciocho años. Por eso no voy a dejar de hacerlo hasta quedarme afónica o con las manos entumecidas.

    No sé hasta dónde llega mi valentía ni si seguiría gritando cuando me pusieran una pistola en la sien. No sé si mi miedo me haría un nudo en la garganta para intentar salvarme. Si acabaría bajo tierra, entre rejas o solo con una cremallera invisible entre mis labios. Lo que sí sé es que mi frase favorita siempre fue, es y será: “Prefiero morir de pie que vivir de rodillas”.

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    1. Gracias. Tu texto es maravilloso. Tú mas. Gracias, de verdad.

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    2. Gracias a ti, Leonor. Por enseñarme a escribir a lo largo de estos dos años. Por conseguir que ya no vea la escritura como una actividad tediosa, sino como una manera de expresar mis pensamientos de forma ordenada y coherente.

      Gracias por dejarme unirme a Aequitas25, donde he encontrado a un grupo de gente que realmente quiere cambiar el mundo. Por enseñarme el modo de que mi voz se alce a través de símbolos negros en una pantalla blanca.

      Me encantaría que me dieras clase otra vez el año que viene. Porque has conseguido que espere ansiosa las clases de lengua. ¡Que quiera dar una asignatura de letras, siendo yo de ciencias! Gracias, por ser diferente a cualquier profesor/a que haya tenido nunca.

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