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22 de octubre de 2017

“Sr. Director del Banco Popular”

Estimado señor. 
Para cuando escribo esto, usted ya no es director de este banco y su banco ni siquiera existe como entidad independiente, al haber sido comprado por el Banco Santander por un euro. He leído que esta operación fue consecuencia de una orden directa del Banco Central Europeo como consecuencia de la difícil situación financiera de su entidad y que los accionistas perdieron casi todo su capital invertido. Imagino que habrá pasado usted unas semanas muy complicadas sin dejar de recibir críticas. Probablemente, la responsabilidad de esta situación no se deba a usted solo, sino a muchos y durante mucho tiempo y en este sentido, es normal que no se sienta justamente tratado.
Permítame decirle de antemano que no voy a criticarle por la situación financiera del banco, que no soy accionista ni tengo ningún interés en su entidad. Tampoco le haré una crítica política ni pertenezco a ningún partido que pudiera interpelarle. También le digo que es sabido que el Popular fue un banco ligado durante mucho tiempo al Opus Dei. En absoluto esta carta tiene intención de censurar estos orígenes aunque, ahora que lo pienso, puede que algo tenga que ver con lo que le voy a decir. Pero como dicen los ingleses “anyway”, no es este el tema.
De lo que yo quiero hablarle es de una campaña publicitaria. ¿Recuerda usted los folletos de “Tenemos un Plan”? Sí, dos inocentes folletos donde se ofertaba a los clientes unos productos financieros, el Plan Cero (cero comisiones), el Plan Descuentos y el Plan Para Mi. Los folletos eran distintos. El primero iba dirigido a los clientes particulares, a las familias. Los planes entonces se adaptaban a estos clientes y salían iconos que así lo reflejaban. El segundo estaba pensado para las empresas, especialmente las pequeñas y medianas y de hecho su Plan era Para Mi Negocio. Pero mire qué curioso: el folleto para las familias tenía en la portada una mujer en una cocina de una vivienda familiar y el segundo, un cocinero en la cocina de un restaurante. Mire usted, yo pienso que la elección no es producto de la casualidad y que la agencia de publicidad no se jugó a cara y cruz en qué folleto iba a representar a cada género. Es más, pienso que fue algo sesudamente debatido. Detrás de esta elección hay una determinada visión del papel que tiene la mujer y el hombre en la sociedad. La actitud de los modelos me lo confirma aún más: ella relajada y modosa; él con los brazos cruzados, seguro y fuerte. Pienso incluso que la profesión tampoco fue escogida al azar: para ustedes la cocina familiar es el terreno de las mujeres y la profesional, el de los grandes cocineros varones.

Déjeme que les diga lo equivocados que están. Les diré por experiencia personal que hay muchos hombres que cocinan y compran en su casa, como parte de un reparto más justo de tareas en el ámbito familiar y que hay enormes cocineras profesionales ocupándose de los restaurantes en sitios con estrella Michelin y en buenas casas de comidas de medio mundo. Probablemente, serán más porque a las mujeres nos toca todavía hacer un poco o un mucho más que ellos. Lo grave de su error es que influye, tiene consecuencia, es una china para que la rueda de la historia gire un poco más lenta a favor de las mujeres. Pero “anyway” otra vez, esto no es lo que más me molesta de sus cocinas: lo peor es que huelen a rancio.
Claudia Aguilar Valero, colaboradora del grupo Aequitas25

9 de octubre de 2017

El Despatarre

Está ahí, puedes verlo y no darte cuenta; incluso peor, ser consciente y no hacer nada al respecto. Un tema del que pocos hablan y la mayoría prefiere la incomodidad a intentar ponerle fin. Todo se resume a una simple pregunta. ¿Nunca has tenido la sensación de ir apretujad@, en un transporte público, porque la persona de al lado tenía las piernas demasiado abiertas?

Me imagino a las chicas, después de haber leído esta pregunta: “Si, muchísimas veces” o “A mí nunca pero sí que lo he visto”. Por otra parte me imagino a los chicos, “Nunca me pasó” o “Si me paso, tampoco me molestó”. Bien, en lo primero que deberíamos pararnos a pensar es, ¿Por qué?, ¿Por qué lo evitamos, lo ignoramos, y lo permitimos? Hablamos de educación, dejar de pensar un momento en nosotros mismos y mirar a nuestro alrededor.

De pequeña, siempre me enseñaron que “hay que ser una señorita”, siempre ser la más correcta y formal; sin embargo, nunca escuché a alguien decirle a un chico “tienes que ser un señorito”. Hablando con mi madre sobre este asunto, le hice la misma pregunta que os hice anteriormente, y su respuesta fue: “Bueno, es normal que se sienten así, porque si cruzan las piernas pueden hacerse daño en sus partes”. Con esto me gustaría destacar lo importante que es la educación igualitaria. El calor y la incomodidad de llevar las piernas cruzadas es igual para todos; no obstante a las chicas nos enseñan que eso es lo correcto, por educación, dejando que ellos puedan hacer lo que les plazca.

A esta forma de ir sentado se la conoce como Manspreading en inglés (el despatarre para nosotros). Este hecho tan normalizado, no es más que otro reflejo machista de la sociedad en la que vivimos pues, sin darnos cuenta, o en el peor de los casos, dándonos cuenta, nos da igual permitirlo.

Después de ser totalmente consciente de todo esto, no permitiré (por lo menos yo), que alguien se adueñe de mi espacio vital y, a vosotros, chicos, simplemente por respeto, os digo que estaría bien que empezarais a pensar en la persona que tenéis al lado.


Paula Pérez Riquelme, colaboradora del grupo Aequitas25