15 de febrero de 2016

Mujeres con rostro: Lea Vélez


Lea Vélez es una escritora excelente y una mujer cercana. Aceptó participar en nuestro proyecto a la primera, en cuanto Fátima se lo pidió. Aún tiene poca obra publicada pero basta leer El jardín de la memoria para darse cuenta de que le queda mucho por decir. Y por escribir. Marina y yo hemos leído la novela, la hemos compartido y nos hemos emocionado con la experiencia. Yo no creo que sea "literatura de luto". En mi caso ha sido más bien lectura de "reconciliación". Volveré a leerla. Más de una vez. 

Marina comparte con nosotras y nosotros sus reflexiones tras leer la obra:

"Nuestra herencia son los recuerdos. Las fotos son pedazo de inmortalidad. Este libro es el album de mí, de nosotros, de los Collison que ya fueron. Partículas de un brillante cometa. No es mucho y sin ser mucho, mis palabras tienen un valor incalculable. Entre estas páginas está el significado de la vida. La esencia de la felicidad. Los trozos del amor.
Michael, este jardín es para ti. Richard, este jardín es para ti..."
(Lea Vélez, El jardín de la memoria)

Me parecen unas palabras increíbles. Si tuviera que crear y regar un jardín para alguien creo que me faltarían las palabras. Tengo las vivencias. Y tengo una caja donde guardo cosas que son un pedacito de lo que siento y vivo. No sé si esto es fetichismo o no, pero me encanta saber que puedo coger mi caja, tocar, recrear lo que significa cada objeto que la puebla o llenarla de más objetos y vivencias.
En El jardín de la memoria es diferente. Cuando hay un motivo, sembrar ese jardín no es una elección. Es la necesidad imperiosa de guardar para que unos hijos no se pierdan lo que no pudieron tener. A veces pasa más bien al revés. No construimos el jardín sino que lo heredamos. O nos lo tenemos que construir nosotras mismas por miedo a perder lo que se fue antes de tiempo, fabricando un "oasis" que guardar en un armario suficientemente alto como para no tenerlo ante nuestros ojos constantemente pero suficientemente cercano como para tenerlo al alcance de nuestras manos cuando lo necesitemos.
Este libro me ha encantado por su cercanía, por lo humano de todos los personajes y por cómo todos ellos buscan la mejor manera de afrontar la muerte, ese gran tabú del que nadie puede ni quiere hablar. . Si hay algo que sabemos con certeza es que en cuanto que estamos vivos tenemos que morir, y Lea en todo momento trata de recibir la muerte de su marido como a una vieja amiga, familiarizándose con ella a medida que va escribiendo su historia. Al igual que Connie, la madre de George, hace un esfuerzo por impedir que se olvide a los que ya no están, por crear un jardín al que tanto ella como los suyos puedan recurrir siempre.
Y me gustaría muchísimo convertirlo en una película. No empezaría como dice Lea. Comenzaría como la obra misma. ¡Es tan directa, tan potente la escena de la farmacia...!:

"…Cuando le di la visa al farmacéutico recordé que me faltaba otra cosa:
Ah,y un certificado de defunción, por favor…"

Y por supuesto, serían imprescindibles  un tren y un campo verde y unos niños que sonríen…

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