7 de octubre de 2017

Tenemos que hablar

Tenemos que hablar.

No, no es una ruptura. O puede que sí. Quizás no. Al menos, no del tipo que se suele relacionar con la famosa frase. Y sí, me refiero a la cuestión catalana, tema estrella de conversación y en los medios de comunicación desde hace, en mi opinión, demasiado tiempo.

No es un tema particularmente divertido, pero hay momentos en los que hace falta reír para no llorar. Porque el hecho de que unos políticos, oficio caracterizado por la palabra ya en tiempos de Sócrates, se escondan detrás del pueblo y las fuerzas de seguridad es una vergüenza y es inadmisible.

Si algo intentan enseñar en las escuelas (en las de ahora, pues las de antes deferían un poco al respecto) es que liarse a puñetazo limpio no conduce a nada. La violencia solo genera violencia, en un bucle, interminable. Sin embargo, entre todos los animales, el ser humano es el único que ha desarrollado un lenguaje lo suficientemente complejo como para solucionar los conflictos sin llegar a las manos.

Aprovechémoslo.



Hablemos (o Parlem, en catalán). Eso mismo defendía una manifestación convocada ayer, 7 de octubre delante de los ayuntamientos de toda España. Todas vestidas de blanco, sin banderas, armadas solo con manos pintadas de blanco y carteles de “hablemos, parlem”, desde docenas hasta miles de personas, dependiendo del municipio, y de gran diversidad de ideologías abogaban por el diálogo, al grito de “¡menos banderas y más hablar!”.

No representaban a nadie, ni nadie las representaba. Partidos políticos y sindicatos estaban intencionadamente excluidos de esta reunión. Gente corriente convocada por gente corriente a través de redes sociales. Ni colores, ni banderas. Estaba claro. Sin embargo, al menos en Sevilla, acabaron mostrándose las banderas. No se sabe muy bien quién los convocó, aunque, tanto los de una posición como otra, aparecieron en el Ayuntamiento.

Personalmente, como persona de blanco, me dejó muy mal sabor de boca. Muchos de sus cánticos se asemejaban a los nuestros, no defendíamos actuaciones tan diferentes. Pese a que fue un “enfrentamiento” pacífico, no era lo que habíamos venido a hacer. Intentamos hablar con ellos para que dejaran las banderas, al menos por un día, y se unieran a nosotros, pero los resultados fueron bastante lamentables. Lo que más me preocupa es que si un lado neutral, si bien no profesional, falló al intentar convencer a un pequeño grupo de personas de tan solo bajar las banderas, se presentan “muy negras” las negociaciones entre políticos.

Aun así, no nos podemos permitir el lujo de encontrar otra solución, pues, aunque a primera vista pueda parecer excesivo, esto podría conducirnos a otra guerra civil. Es seguramente una exageración y sinceramente, por el bien de todos, espero que lo sea. No somos iguales, nunca lo hemos sido, ni espero que jamás lo seamos. Ahora más que nunca debemos dialogar, abrir la mente a otros pensamientos e ideologías y permanecer optimistas frente a una adversidad que habíamos subestimado.

Judit Fernández Roca, colaboradora del grupo Aequitas 25


4 comentarios:

  1. Quien siembra odio, pierde el oído y recoge desgracias. Educar en la igualdad, no en la diferencia, que es mínima, irrisoria...
    Gracias por compartir tu vivencia y pensamiento. Ojalá se utilizara este último para discernir la verdad de las cosas y así tener criterio propio.
    Noel Roca

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  2. Hoy mismo me ha contado mi madre que los hijos de 13 años de una amiga suya, llegaron a casa llorando porque sus amigos los insultaron por ser catalanes. Sí, niños de 13 años amenazaron y ridiculizaron a dos compañeros por haber nacido en Cataluña y vivir en Córdoba. "P.... catalanes" fue de lo más bonito que les dijeron.
    Esto es lo que estamos consiguiendo: odio. Les estamos enseñando a los pequeños a odiar en lugar de amar, les estamos enseñando que los puños son más efectivos que las palabras.
    Porque, ¿para qué vamos a dejar al otro expresarse, para qué vamos a escucharlo? Mejor actuamos sin pensar, acudiendo al instinto más animal y más primitivo que encontremos.
    Lo que estamos viviendo estos días, para mí, es inhumano. Veo imágenes y vídeos de animales, porque yo ahí no reconozco personas.
    Este acto me parece maravilloso, gente sin distinción de banderas, sin bullas, sin gritos, sin violencia. Gente que quiere recobrar la cordura del país.
    Y es que este verano, me leí un libro titulado: El día que se perdió la cordura. Y después de vivir esta semana tan intensa, creo que ese día también ha llegado a nuestra realidad.

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  3. Gracias, Judit, por aparecer de nuevo y además tan bien aparecida. Tus palabras para mí, un casi viejo rencoroso, me han traído la esperanza de que, algún día, todo esto será un mal sueño del que nos reiremos. Por el momento, estoy como tú: nada de lo que está ocurriendo me hace gracia, especialmente las actuaciones agrias y maleducadas que dan muchos de nuestros paisanos.

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  4. España en estos momentos me recuerda más a un circo romano que a un verdadero país. Los grandes hombres se sitúan en los mejores asientos del circo, resguardados de todo peligro, mientras disfrutan del sádico espectáculo. Siento deciros que por mucho que penséis que estáis luchando, independientemente de vuestra ideología, seguís siendo marionetas del poder en manos de gigantes sin corazón, disfrazados con lujosos trajes, cultas palabras y estupendas candidaturas que nunca se cumplen, ni se van a cumplir. Creo que nadie se ha parado a pensar la verdadera gravedad de este asunto. O quizás sí, pero prefiere dejarlo todo en mano de los políticos. Suena irónico, ¿verdad? Es como dejarle lo que quedó de un bien muy preciado ya roto, al mismo que lo rompió.
    Y mientras tanto, seguimos sin querer darnos cuenta. Continuamos en nuestro afán de que el enemigo es el del bando contrario, y no el de arriba, que el enemigo está en todos y cada uno de los policías que nos han defendido y protegido cuando ha sido necesario, y que al fin y al cabo cumplen una orden. Sí, esos mismos policías a los que ahora amenazáis, intimidáis y son el sujeto de vuestras vejaciones, son las mismas personas que poco antes os defendieron y os ayudaron hace poco más de un mes cuando nuestra amada Barcelona temblaba en manos de unos salvajes.
    Y por mucho que me gustaría, en el fondo sé que esto no va a acabar pacíficamente. Y mientras en muchos corazones españoles nos inunda un mar de tristeza, de desesperación y de impotencia, siguen tirando de nuestros hilos para que funcionemos donde y cuando quieren a su antojo. El odio sólo crea más odio, venganza, dolor y desaliento, lo mismo que sufren los luchadores en la arena del circo. Y yo, como ciudadana española, me niego a seguir participando en este espectáculo con tanta carencia de valores y argumentos sólo por dar gusto a aquellos que a la hora de la verdad ni siquiera serían capaces ya no de cambiar su lugar por el mío, pero tampoco pelear a mi lado.
    Ana Castro Hans 2º Bachillerato A

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